viernes, 21 de septiembre de 2007

Aquí la noche tiene el nombre de Valeria


Acaba de publicarse el, hasta la fecha, último libro de Josep Carles Laínez, Aquí la noche tiene el nombre de Valeria. De él, ha dicho el escritor Fernando Sánchez Dragó que es un libro "degenerado". En efecto, el aforismo, la reflexión, el dietario e incluso el poema en prosa se entrelazan e intercalan. Sin embargo, late en ellos un mismo espíritu: la meditación sobre el ser de Castilla, junto a la experiencia de Valeria, una ciudad en ruinas donde los vivos y los muertos se entrecruzan.
La obra es una inmersión lírica y reflexiva en una senda abierta ya por la generación del 98: la meditación sobre la esencia de Castilla, y el modo en que ésta ha impregnado también el pensamiento sobre España.
La cuestión de Castilla, de qué es, qué fue y qué significa en la actualidad rezuma por todas las palabras. Paralelo a este motor, se encuentra una segunda línea narrativa en la que la Antigüedad, a través de las ruinas de Valeria, se entrelaza con el presente. En la confluencia de ambas vías, y en los personajes fantasmales que las habitan, florece este libro extraño y breve.
Josep Carles Laínez ha declarado que “Aquí la noche tiene el nombre de Valeria es difícilmente clasificable. Hay, por encima de todo, una vivencia de una tierra que siento propia, pues mis antepasados han morado aquí durante siglos, pero también necesito vincular esta geografía con aquello que nos hizo como somos: Roma, de la que tantos vestigios, además, restan en Castilla y, en concreto, en la provincia de Cuenca”.
El texto está sujeto a múltiples lecturas. Laínez ha afirmado que “en un momento determinado sentencio ‘Este libro es una teoría de Castilla’, y así lo concebí. Se trata, claro está, de una Castilla que se ancla en lo legendario, en lo transhistórico. Desde esa opción intelectual es como mejor se puede comprender Aquí la noche tiene el nombre de Valeria”.

domingo, 10 de junio de 2007

LA TUMBA DE LEÓNIDAS


En el año 480 a.C., un ejército de miles de hombres, encabezado por el emperador persa Jerjes I, acometió la invasión de las tierras griegas. En el mes de agosto de ese año iba a desarrollarse una de las batallas míticas por excelencia en la historia de Europa. Leónidas, rey de Esparta, se dirigió hacia las Termópilas para detener el avance de los asiáticos. No consiguió frenarlos, pero su muerte, y la de todos aquellos que lo acompañaban en primera línea, sirvió para que las tropas helenas se organizaran y alcanzasen en Salamina la victoria final. En La tumba de Leónidas (Barcelona, Áltera, 2006), Josep Carles Laínez relata esa batalla desde una perspectiva fiel y al tiempo legendaria, con una prosa que entremezcla la sugerencia del dietario y la épica del combate por unas ideas trascendentes. Con las debidas licencias en una obra de ficción, el espíritu que se transmite es el de un sacrificio asumido y necesario. Y, tal vez, desde nuestra visión contemporánea, tristemente incomprensible. No obstante, si somos ahora europeos, es porque Leónidas se inmoló en las Termópilas.

lunes, 9 de abril de 2007

La judeofobia solidaria

Voy a formular una pregunta incómoda: ¿Qué es potencialmente más peligroso para la paz hoy día y para el futuro inmediato, intentar sembrar dudas sobre el alcance del holocausto judío durante la Segunda Guerra Mundial, o sostener que el Estado de Israel debe desaparecer? Lo primero, lógica y afortunadamente, está penado por la ley en muchos países europeos, incluido el nuestro; lo segundo, de manera paradójica, no sólo no está penado, sino que es un signo de distinción en las clases intelectuales de esos mismos países, la moda más progresista de los antiimperialistas de la tierra. No obstante, es una pregunta que debemos plantearnos con urgencia. No para hacer tabula rasa con respecto al pasado, sino tal vez para comenzar a preocuparnos ante la esquizofrenia que vive la sociedad europea y el riesgo del futuro.
Con independencia de cuestiones sentimentales y legales, me da la impresión de que abogar por la extinción de un país (desearlo, escribirlo y establecer alianzas reales) es mucho más preocupante que una puesta en duda de la verdad histórica. Descreer de la llegada del hombre a la Luna, de la bisexualidad de Alejandro Magno o de quién comenzó la Guerra Civil española, siempre va a darse. Pero posicionarse contra un país y no concederle el derecho a existir no sólo es preocupante; es aterrador.
Para mí, el problema no es tanto qué intelectual europeo señaló a un judío hace más de sesenta años (y lejos de mi intención banalizar tal cosa; póngase, por favor, en su justo medio), sino qué intelectual europeo está señalando a un judío a comienzos del siglo XXI. Céline, Arno Breker, Martin Heidegger e tutti quanti están ya muertos; y sobre ellos ha caído una losa que, a pesar de su brillantez o no como escritores, artistas o pensadores, va a ser muy difícil que se les quite de encima nunca. Sin embargo hay muchos periodistas, articulistas, ensayistas o artistas que han ocupado el lugar de los citados, pero, oh bondad de las palabras, ya no son antisemitas enloquecidos, sino solidarios antiimperialistas. Tal denominación los convierte en tolerantes, liberales, justos en su juicios, sosegados, matizados, sabios. Y el ataque a los judíos (camuflado de ataque a los sionistas) se realiza de manera impune, y con chulería, y estigmatizando a aquel que se le ocurra abrir la boca en defensa de Israel; con el cinismo, además, y el encarnizamiento, de llamarlo “nazi”.
En este sentido, es como si con los códigos penales que castigan el antisemitismo del siglo XX, los gobiernos europeos ya estuvieran tranquilos. Por eso entra en el delirio que la imprescindible extensión de las leyes contra los que nieguen el holocausto pasado no se vea correspondida con leyes contra quienes desean un holocausto futuro (el fin de Israel, con lo que tal cosa significaría); o sería cómico, si no fuera patético y lamentable, que una persona pueda ser enjuiciada y condenada tanto por atacar a los judíos (cualquier declaración con ribetes antisemitas de los descerebrados habituales) como por defenderlos (el derecho a tener un país y regirse por sí mismos). ¿Es equitativo juzgar a alguien por distribuir la Execración contra los judíos de Francisco de Quevedo y, sin embargo, no se pida ni siquiera la documentación a quien porta pancartas a favor de la desaparición de Israel? ¿No es moralmente reprochable y a lo mejor legalmente inadmisible que una revista valenciana, muy ligada a fondos universitarios, haya distribuido entre sus páginas un marcador con los nombres de Bush y Sharon unidos por una esvástica? Pero eso no importa. El progresismo judeófobo solidario señalará al puñado de locos o nostálgicos que alaben a Franco y a Hitler, pero no tendrá problemas en unirse a quienes organizan congresos revisionistas, niegan el Holocausto, desean la extinción de Israel, queman banderas con la estrella de David o incluso afrentan a la reina de España no dándole la mano. Y no queda ahí la cosa, asimismo puede visitárseles (Felipe González a Ahmadineyad), se puede firmar un acuerdo turístico con ellos (hace poco entre Irán y España) o se les puede publicar libros en español. Los muertos, la verdad, ya no molestan; alarman los vivos.
Al no perseguir la judeofobia actual que ya no recibe ese nombre, sino el de “antisionismo”, al no actuar contra esa tendencia siniestra de cambiar algo para que todo continúe igual, no sólo no se está contribuyendo a la desaparición de la judeofobia, sino a un acrecentamiento de tal sentimiento irrazonable, a dividir el mundo entre judíos buenos (los de fuera de Israel) y judíos malos (los israelíes), con la posibilidad de que los primeros se conviertan en los segundos, por ello los policías del pensamiento anti y progre habrán de estar a toda hora vigilantes… Se supone que las leyes contra la negación del exterminio judío están para que no se repita aquella masacre, ¿pero nadie se da cuenta de que los “nazis” de hoy ya no llevan uniforme pardo sino falso uniforme progresista?, ¿no perciben que el peligro está en la pretendida autoridad moral con la que atacan todo lo israelí? ¿Y qué son los israelíes sino judíos? Porque lo siguiente es afirmar que los judíos sólo tienen derecho a existir si pierden su patria y, a lo mejor, su condición, es decir, si se asimilan. Y habremos llegado al punto de partida del odio a lo diferente, del simple y llano odio al judío. Como, por desgracia, hace cientos de años. O peor aún: como hace miles.

martes, 3 de abril de 2007

This is the End

En la edición digital de El País del viernes 30 de marzo de 2007, dos noticias finales han llevado a la fácil síntesis de mi título: una fotografía del sempiterno y seductor Jim Morrison, y una información verdaderamente escalofriante: “un 67 % [de los españoles] está a favor de que los musulmanes residentes en España puedan votar en las elecciones”. Parece que el líder de The Doors haya puesto letra y música a esa tendencia de los españoles (y de los europeos) a dejar de decidir, a meter la cabeza en la cuerda de su horca. Ésta es la impresión y la incomprensión. El dato puede leerse también como que un 67 % de los españoles ya no piensa por sí mismo, tan sólo repite consignas sobre cuyos efectos no se pregunta. Si los países de Europa no existen o son pactables, si meramente son “Constitución”, es revisable todo cuanto les concierne: la historia, las manifestaciones religiosas, la lengua, la forma política bajo la cual regirse… Por tal motivo no juzgo necesario ser apocalíptico para concluir con la afirmación de mi título; basta con ser pesimista. Y en Europa, desde hace unos lustros, ser pesimista es sinónimo de ser realista, de reconocer por dónde nos conducen los rumbos captavotos de los partidos sin ideales: mantenerse en el poder pese a quien pese, aunque en ese camino hayan de ir dinamitando los escalones por donde ascendieron.
La paradoja de estas tendencias alimentadas desde los gobiernos, en aras a conseguir lo en teoría descrito por palabras hermosas, y, en algunos casos, por desgracia, huecas, del estilo de “convivencia”, “solidaridad”, “igualdad de derechos”… es que los Estados-nación (sin conseguir engañar a los pequeños nacionalismos) se han convertido en lo que eran desde un principio: en Estados, pues no hay ninguna coherencia nacional en sus supuestos, no pretenden defender ninguna nación porque nunca la han sentido como tal, y tratan su territorio en calidad de empresa con deudas y beneficios, aumento de personal y deberes laborales, provecho económico y acciones rentables, en vez de unidad histórica con una serie de características propias. En el mundo no hay naciones (o casi no hay) convertidas en Estados, sino Estados que han querido disfrazarse de naciones.
La cesión del voto, y, por consiguiente, la entrega del país, a quienes son extranjeros y además individuos insertos en una forma de vida sociorreligiosa imposible de compatibilizar con la práctica de la democracia y de un Estado de derecho, es una prueba clara de que los Estados-nación en Europa son simples estructuras económicas sin un ápice de espíritu nacional (también Italia, con el líder de Forza Italia-Fiamma Tricolore, Gianfranco Fini, visitando mezquitas y a favor del voto de los extranjeros). Están caducas las grandes ideas que podrían hacer, a quien se encuentra en su tejido histórico y vivencial, experimentar el gozo de inscribirse en una tradición construida por sus antepasados. La esperanza, por tanto, se halla en las pequeñas naciones. Ellas pugnan por la obtención de un Estado y un reconocimiento internacional, defienden sus señas identitarias, critican los peligros de una inmigración que va en perjuicio del desarrollo de los países del tercer mundo, temen romper la transmisión de una lengua y de una cultura intrínsecamente propia, y son celosas guardianas de su idiosincrasia a pesar de los intentos de genocidio cultural ejercidos desde la metrópoli.
Si permitimos a quien no es europeo, ni quiere serlo, elegir quién debe gobernar a los europeos, Europa ya no va a ser nunca Europa, sino una entidad en transición: europeos que ceden sus derechos en beneficio de una minoría plutócrata y sin raíces, sin reciprocidad, con la exigencia de dejar de ser pronto aquello por lo que tanto lucharon sus antecesores, y devenir el objetivo último del liberalismo: el reinado del vacío, la exaltación de la nada.

lunes, 26 de marzo de 2007

La Europa del vómito

Este artigo en lingua galega: Europa Europa
Hacía tiempo, y ya es difícil, dada la altura intelectual de nuestros días, que no leía tanta imbecilidad junta en tan pocas líneas. Ha tenido la gentileza Álvaro Vasconcelos, director del Instituto de Estudios Estratégicos e Internacionales de Portugal, de quien reproducía el pasado 25 de marzo de 2007 el rotativo El País un artículo, “Una Europa mundo”, donde no cabe mayor autoodio, deseo de genocidio cultural y errónea mala conciencia; de haberlos, el periódico explota.
Celebraciones de la desintegración de un pueblo –del nuestro, para más señas– suelen tener lugar todos los días; pero es más díficil que tales textos, además tan insidiosos y mezquinos, salgan a plena página en un gran medio. Sin embargo ahí lo tenemos, toda la inquina de Álvaro Vasconcelos, contra sí mismo y contra su nación, excretada en forma de escrito donde pide que Europa se desintegre, desaparezca, deje de ser, confundiendo derechos humanos con derechos de un pueblo, tergiversando respeto hacia lo diferente con disolución de una cultura, viendo en los nacionalismos europeos el principio de todos los males (debería recordar cómo nació Portugal…), deseando que Europa sea un simple mercado (perdón, “zoco”), donde sólo se respete la cultura de los forasteros (los únicos que, valga la paradoja, demuestran verdadero interés y conciencia en proteger la suya; si fueran como Vasconcelos… o si fuéramos como ellos…).
Hay dos puntos donde el artículo de nuestro “analista” da el do de pecho. Son afirmaciones tajantes: “el islam es una gran religión europea”, es la primera; la segunda es aún más increíble: “la Unión [Europea] debe extender la lógica de inclusión [a los países del Mediterráneo]”. Estos intentos de emponzoñar la vida de los europeos, de realizar un lavado de cerebro integral de lo que generaciones tras generaciones hemos sido, han de atajarse con negativas radicales: el islam no es, ni será nunca, una religión europea, y la Unión Europea jamás debe ampliarse a Estados no europeos. Así de sencillo. Quien esté en contra de estas dos afirmaciones será un riesgo para la supervivencia de Europa, pues estará abogando por un genocidio cultural, social y religioso: el nuestro.
Evidentemente, Álvaro Vasconcelos no se queda ahí, también azuza los fantasmas inexistentes de la extrema derecha (¿qué extrema derecha hay peligrosa en Europa?, ¿quién amenaza la seguridad de los europeos: los nazis o los islamistas?, ¿quién pide la recuperación de España con el mal nombre de al-Ándalus: los secuaces de Adolf Hitler o los de Bin Laden?, ¿quién ha matado en España últimamente: partidos fascistas organizados o los marxista-leninistas y los islamistas?), solicita la aprobación de una carta europea contra la xenofobia y el racismo (en la cual querrá, muy posiblemente, que la crítica de ciertos comportamientos islámicos sea considerada delito, que todo cuanto no se quede en desprecio de la tradición europea sea sospechoso, como están consiguiendo ya), aboga por la adhesión de Turquía a la Unión Europea de manera inmediata (para demostrar que no somos un club de civilizaciones, sino “mundo”) y embaucando, al incauto que crea en su discurso, con un “sólo siendo mundo podrá la Unión seguir siendo Europa”: la cuadratura del círculo, la plasmación más exacta de su desconocimiento.
¿Por qué hay tanto interés por parte de los europeos en destruirse? ¿Por qué defienden algunos políticos, y con tanto celo, aquellas culturas cuya implantación y extensión nos van a llevar a convertirnos en minorías en nuestras tierras ancestrales? ¿Reciben algún “sueldo” o es congénita su necedad? Muchas preguntas sin respuesta. Pero tras la lectura del panfleto de Vasconcelos sólo queda una cosa clara: la Europa mundo que abandera será el mundo sin Europa.

martes, 20 de marzo de 2007

Fantasía polonesa

Aquest article en la seva versió original: Levante-EMV
Este artigo en lingua galega: Europa Europa
La ignorancia conduce a la barbarie. Alguien habría de explicárselo al gobierno polaco, a su presidente, a sus ministros, a sus asesores y a sus votantes. También debería comunicárselo al resto de gobiernos europeos, pues tal vez Polonia no merece seguir dentro de la Unión Europea si sigue sus pasos en la persecución penal de la homosexualidad. Los motivos de tal afirmación son varios y objetivos (el atentado contra los derechos humanos y la igualdad esencial de las personas, la política de apartheid sexual que inicia, la posibilidad de una escalada de la violencia contra miembros del colectivo GLBT, la legalización de la discriminación…), además de intolerables para una sociedad democrática. No obstante, aparte de la perplejidad que produce, y la movilización a la que llama, no puedo desligar de ver ese proyecto de ley, cuyo objetivo es perseguir a quien defienda o trate de la homosexualidad en las instituciones académicas del país eslavo, como ejemplo patético de analfabetismo, de un ridículo absoluto.
Guste o no, la cultura europea más prístina (aunque sea en el sentido etimológico del adjetivo) se sustenta en la homosexualidad. Si bien el antropólogo asturiano Alberto Cardín demostró por nuestros lares, y en imprescindibles estudios, la extensión de comportamientos homo(eróticos/sexuales/fílicos) en todos los pueblos del globo, es en Europa donde adquirió un aura legendaria (aunque después se la tratase de esconder). El vínculo entre Aquiles y Patroclo es fundacional de nuestra cultura, al igual que El banquete de Platón o la fascinación de Sócrates por los muchachos. Alejandro Magno y Hefestión no jugaban al escondite entre las sábanas, sino que se amaban con la fuerza y la pasión de dos guerreros. Y de Leónidas y sus espartanos, la disciplina militar se regaba con la emulación de lo masculino, y con el sexo carne contra carne. Qué tiempos aquellos, tan lejanos, donde el ejército se fundamentaba en el vínculo amoroso entre los hombres; pero qué triste ahora que los polacos (y muchos no polacos) no puedan comprenderlo. Grecia nos dio el mito; Roma, más tarde, nos proporcionaría una fascinante bisexualidad: Catulo, Julio César, Propercio, Virgilio, Marcial, Tibulo… nombres básicos de nuestro paso por la historia, de nuestra cultura irrenunciable.
¿Tal vez sea éste el conocimiento sobre el cual quiere el gobierno polaco hacer callar a quien lo exponga? ¿Cómo será posible tratar de Grecia y de Roma sin referirse a la homosexualidad (tan normal, tan pura) inherente a las mismas? ¿Y con qué derecho silencia? ¿Con el del conservadurismo religioso? Si es así (cosa no del todo inverosímil cuando el último obispo de Roma fue polaco), demuestran además no tener ni pajorera idea de moral cristiana. Son ejemplos trillados, lo sé, pero que expliquen la relación entre el rey David y Jonatan, por quedarnos en el Antiguo Testamento, o que digan dónde condena Jeshúa ha-Mashíah las relaciones amorosas entre hombres (pero sin hablarme de Pablo, por favor, ese Joseph Smith de la Antigüedad autoproclamado apóstol). Si el cristianismo enseña el amor y la comprensión, estos gobernantes polacos resulta que tampoco son cristianos. ¿Qué son, entonces?
Un peligro. Cuando Jörg Haider consiguió formar parte del gobierno austriaco, la Unión Europea cerró filas y estuvo expectante ante posibles “desviaciones”. El caso ahora es semejante y no admite retrasos. Está en juego la credibilidad democrática de la UE, el respeto a la tradición europea (grecorromana o cristiana), y la libertad y los derechos esenciales de los seres humanos que conformamos Europa. No es poco.

jueves, 15 de marzo de 2007

El día que Soria ya no sea Soria

Garray es una pequeña localidad vecina a Numancia. Viajando desde la capital soriana hasta el cerro de la leyenda, uno ve los carteles indicadores, e incluso, aunque sea perdiéndose, llega a entrar en el pueblo. Una gasolinera próxima, en la carretera nacional, con sus luces en la noche, me hizo presagiar brillos más agudos en el valle: esa ciudad en cuya entraña, tantos escritores, han encontrado un latido de Castilla más insondable aún que la misma Castilla.
En algún otro texto, ya he hablado de mis vínculos sentimentales y familiares con diversas localidades de Soria (en particular, con la capital de la provincia y con la noble Almazán; allí vivieron muchos años mis abuelos y mi madre). Los publicó el escritor y amigo Antonio Ruiz Vega en su web Crímental, desaparecida al igual que tantas revistas y colecciones de libros donde se dejaba constancia de un mundo (curanderos y ensalmos, relatos populares, vínculos primigenios, religiosidad arcana…) en vía de extinción, o de cuya memoria pocos, más bien pocos, guardarán recuerdo en breve. Volúmenes y artículos imprescindibles, aquellos de los Cuadernos de Etnología Soriana, para recrear Soria; también para crearla.
Soria es un lugar a donde deseo ir, es decir, cada vez que se plantea un viaje a sus tierras, esa ida la vivo con anhelo: por el recorrido, cruzando Aragón, yendo a las raíces de mi carne; por la gente con la que suelo estar en el alto llano numantino (el mismo Antonio, Isidro-Juan, Javier, Fernando…); y por volver a experimentar el silencio de Soria, uno de los lugares donde Europa sigue siendo Europa, y aún se escucha, junto al ladrido nocturno de los perros, cómo galopan los jinetes del ensueño y el fuego crepita en la noche mística de las piedras. Será un tópico hablar de la morosidad que impone el frío, o del sosiego en el que te sumerges mientras escribes un poema, cruje la madera y los árboles tienen nombre. Será un tópico… pero las cosas en Soria tienen la hechura de lo verdadero, el ademán de lo perdurable. O de tal modo las siento, cruzando una calle o mirando al cielo desde una madrugada en vela.
Toda Soria es un abismo de Castilla, es decir, el punto de fuga donde convergen las líneas más pretéritas de su pasado, el territorio donde la historia castellana se convierte en mito allende los siglos. Al igual que Burgos, aflora de ella la ruina. Pero a diferencia de los lugares que nos retrotraen al medievo, Soria nos aboca a nuestra gota de sangre más antigua. Soria es el primer vagido de Hispania, el centro metafísico de una patria celtíbera, las cuevas que dejan manar el murmullo de las diosas...
Por eso el día que junto al espacio sagrado de Numancia te encuentres remedos de edificios urbanitas, que donde antes anidaban las cigüeñas aparquen los vehículos y las motos, que la hierba sea arrancada y los insectos ya no existan, que los árboles nacidos libres sean confinados al reducto de las vallas, que la mentira artificial se anteponga a la verdad purísima, que los chopos del Duero sean la postal de un anuncio televisivo… el día que Soria ya no sea Soria, quizá nosotros tampoco seamos ya nosotros: ni los sorianos, ni quienes tantas veces nos sentimos sorianos, y estos días más que nunca. El atentado natural que desea perpetrarse en Garray, esa patria contigua a lo legendario, es la noticia que perturba las tierras que custodian el espíritu.
Los cambios pueden ser imperceptibles y no darte cuenta. La sorpresa se produce cuando la destrucción de un paraje natural se anuncia, se festeja y encima se proclama con el cinismo de nombrarla con el antónimo de cuanto significa. La “Ciudad del Medio Ambiente de Soria” es, así, una aberración. Mejor dicho, una abominación de políticos irracionales y de arquitectos sin escrúpulos, cuya vanidad sobrepasa su conciencia. No persiguen otro objetivo que el material, el más ruin, y desean acabar con la naturaleza al creerse dueños de la tierra, amos de los días que podrían aquí vivirse.
Ecocidio es una palabra harto molesta, pero es oportunísima. Ecocidio es el ansia incomprensible de construir cualquier cosa en no importa qué lugar. Como si hicieran alguna falta nuevos pisos, casas de fin de semana, la creación de puestos de trabajo cuando el paro es el mismo y no hay nadie que trabaje. Ecocidas son quienes mienten para extraer un provecho del ladrillo, aunque sólo sea el de la pompa. Ecocidas aquellos que los secundan. Y ecocidas quienes no proclaman la ignominia.
Hasta ahora quedaban espacios, si no sagrados, sacralizados. En el momento en que éstos se violan con impunidad y regocijo, penetrando hasta el tuétano de nuestra esencia, hemos de comenzar a pensar en el final. Al menos en dar testimonio del ocaso de nuestra civilización, en ser los últimos que den un grito, porque el día que Soria ya no sea Soria, Europa estará muriendo.

viernes, 9 de marzo de 2007

El árabe, ¿nueva lengua de Europa?

Aquest article en la seva versió original: Marca Hispànica
Este artigo en lingua galega: Europa Europa
¿Se va a convertir el árabe en una lengua de la Unión Europea de facto? Ésta es la pregunta clave –y terrorífica– que uno se plantea después de que el secretario de Estado para la Unión Europea, el canario Alberto Navarro González, haya solicitado, junto a sus homólogas francesa e italiana, Catherine Colonna y Emma Bonino, la creación de una emisión en árabe del canal Euronews, algo que, según declaraciones recogidas por la agencia France-Presse, y para más pasmo, “España viene pidiendo desde hace mucho tiempo”. Dicho de otra manera, parte de los impuestos que pagamos (se prevé invertir 5 millones de euros) se dedicará a dar cobertura, prestigio y difusión a una lengua, como mínimo, extranjera; se ayudarà, por este medio, a crear una fractura social entre los inmigrantes arabófonos y la sociedad europea de recepción en la cual deberían integrarse (Navarro González se refiere en concreto, como potenciales televidentes, “a los miles de musulmanes que residen en Europa”); y, también, servirá para crear precedentes ante eventuales intentos de oficialización del árabe como idioma de iure de la UE. El problema de inicio fue contar, bajo el paraguas de lo europeo, con una cadena no europea, la egipcia ERTU. Si Euronews se hubiera llamado “Meditnews”, el problema no habría existido.
Una solicitud así, ante la responsable de Relaciones Institucionales y Comunicación de la Comisión Europea, hace surgir de nuevo la duda de para quién se creen los políticos que gobiernan. Eso, en primer lugar. ¿Por qué no dejan en manos de Argelia, Egipto o Túnez (cuyas cadenas públicas de televisión son copropietarias de Euronews) una petición que afecta a estos países de manera más directa? Uno también se pregunta si no será este tipo de instancias, presentadas con todo el lenguaje baboso de lo solidario y lo multiculti, el espolón de proa de futuras demandas –o de hechos consumados– sobre cuya oficialidad nos enteraremos cuando no haya marcha atrás. Antes que indignación, una acción tan sumamente inconcebible de tres altos cargos (pagados por ciudadanos de países donde el árabe no es oficial) suscita una enorme tristeza. Porque actúan contra los intereses de Europa y porque no se han enterado, a estas alturas, de cuál es el argumento de la película. Ni conocen la historia ni les importa. Contribuyen así a que se extienda, entre los medios de comunicación y la clase política de despacho alfombrado, una eurofobia introyectada bajo la condición de sobreestima de lo diferente en detrimento de lo propio.
La siguiente cuestión es de dónde van a salir los profesionales de ese presumible canal en árabe de Euronews. Si salen de Europa, ¿por qué va a tener, en un ente público, más derechos un hablante de una lengua ajena a la UE que un usuario de una oficial o minoritaria de un Estado miembro? Espero que Polonia o Rumanía estén ya imprimiendo las protestas ante una desconsideración hacia sus millones de ciudadanos. O que Galicia y Portugal se unan en la demanda del uso de su lengua (una de las cinco principales del mundo, y la segunda románica). Si, por el contrario, los periodistas no provienen de Europa, sino de países árabes, ¿cómo va a afectar esto a la política de inmigración y a los permisos de trabajo? O, por otro lado, ¿cuál va a ser el criterio de la selección informativa?; sin ir más lejos, ¿cómo se tratará el conflicto que vive Israel?
Las formas se han perdido y resulta lamentable que ni siquiera los diplomáticos las mantengan. No creo que la principal función de Alberto Navarro sea cobrar un sueldo público para intentar que el árabe se convierta en una lengua en la cual los europeos nos gastemos millones. ¿Le importa tanto a un magrebí la política de nuestros Estados para haber de pagarle una traducción de cuanto aquí decidimos? Evidentemente no. Pero tal vez a los políticos sí les interese mostrar que la UE está abierta a su disolución. Tras Turquía, tal vez Marruecos pueda entrar (lo afirmaba hace años el ex presidente español, Felipe González), o, por qué no (lo defendió algún candidato socialista francés recientemente), el Magreb entero. Contarán con la ventaja de una televisión. Y a lo mejor a Alberto Navarro le hacen un monumento simbólico. Como a Don Julián.

sábado, 24 de febrero de 2007

A la mujer que ha caído por nosotros

A uno pueden hacerle creer que el hierro es algodón, que la madera es corcho, que el agua es una gota, que el huracán es la brisa... O que lo blando no es duro, que la belleza no es vigor, que la sonrisa no resiste, que los brazos no sostienen, que la sangre no es la sangre derramada ni seguirá derramándose mientra haya quien la ofrende a los dioses de la tierra sacratísima.
Pero no es así. Lo que es, es. Y la verdad es inmutable.
Por eso lloro a la mujer que ha caído por mí, a miles de kilómetros donde dio el primer beso y lanzó su anhelo de ser mi escudo, mi coraje, mi fortaleza, el cuerpo que se interpondría entre la pólvora del enemigo y mi corazón deseante. Qué ímpetu rasgado de ser también su auxilio y traerla de vuelta, su sangre salpicando la tierra que empaparon los amados de Alexandros, como si el tiempo ya no existiera para nosotros igual que ya no existe para ella.
Por eso pronuncio su nombre, que es para los mercenarios del poder el nombre de un error, un dígito, una desgracia. Y para mí el del guerrero que emuló a las amazonas y llevó nuestra matria y nuestro honor hasta la entraña desprendida de ella misma.
Aquí invoco su cuerpo destrozado, el de una muchacha que miró al sol de cara en el oriente, persiguiendo su sendero hasta expirar. Que tiemblen las columnas de los templos construidos por nuestros antiguos en el polvo de la tierra donde has muerto. Que ardan las piras esta noche y en ese polvo te diluyas confundida con el aire que aspiramos. Y que podamos saberte, camarada nuestra, amada nuestra, guerrera nuestra, en la inmolación que has hecho donde las arenas son turbias, defendiéndonos más allá de lo decible. Que nunca olvidemos tu nombre grabado ya por siempre en las planchas del valor y de lo eterno.
No eres un número ni una labor humanitaria. Para nosotros, eres la defensa de la patria, la mujer que desgarrándose, de nuevo, nos da la vida, Idoia.

jueves, 22 de febrero de 2007

Los errores del nacionalismo

Este artigo en lingua galega: Galiza Israel
Siempre he estado convencido de que una persona puede ser todas las cosas que quiera, y a la vez. Es decir, de izquierdas y de derechas, católico y comunista, gay y conservador, cazador y amante de los animales… Se trata de una libertad no sólo defendible, también rica per se y necesaria para transformar el mundo más allá de la habitación de colores grises donde vivimos. Y si la persona en concreto se contradice, y alguien se lo echa en cara, ya tendrá los arrestos de responder como Miguel de Unamuno: ¿y a usted quien le manda entrometerse?
Viene esto porque, en mis humildes entendederas, y a través del conocimiento cereño proporcionado por la experiencia, el internacionalismo y el nacionalismo no se me emparejaban bien. El nacionalismo tiene un punto de orgullo y de reaccionarismo sin el cual no le sería dable existir. No se confronta con los otros nacionalismos (salvo con uno, el de la nación bajo la égida de la cual se halla), pero se cierra en banda ante cualquier ataque a sus señas de identidad (la lengua, la bandera, el himno, el territorio, las costumbres, la historia…). Si un nacionalista se ve amenazado en cualquiera de estos frentes, va a saltar sin pensárselo, a modo de tigresa con sus cachorros. Ahora bien, la mala conciencia (si el individuo, asimismo, se proclama “de izquierdas”) le advendrá si quien formula el ataque no es un maldito centralista, sino un pobre inmigrante. Una mala conciencia verdaderamente insoluble, y, sin duda, le causará problemas si no acepta lo que es –nacionalista– y qué conlleva tal cosa.
Lo he pensado muchas veces del nacionalismo valenciano. Me hacía la pregunta, cuando leía a los próceres del pensamiento de aquí, es decir, si eran más nacionalistas o más de izquierdas. Y de manera obsesiva y reincidente he llegado a la conclusión de que no existía el nacionalismo valenciano, sino la izquierda valenciana con ribetes nacionalistas, lo cual no quiere decir que no haya sinceridad en los planteamientos de este talante, sino una supeditación a los vectores socialistas/comunistas. A este respecto, recuerdo unas líneas memorables de Jon Juaristi sobre uno de los poetas malditos idolatrados de mi juventud: Jon Mirande (pagano, escritor en córnico y bretón además de en euskara, nacionalista vasco, provocador nato, lector en todas las lenguas de Europa, pederasta, esquizofrénico y suicida). Juaristi hace referencia a una salida de tono de Mirande defendiendo Francia con rabia y con decisión. Lejos quedaba esa imagen del independentista Mirande, y de cómo hay algo que somos por encima de cualquier elección pública o estética (Mirande, francés).
El Bloque Nacionalista Galego ha demostrado recientemente que tampoco es nacionalista. ¿Y por qué digo esto del BNG? Por la reciente decisión del Consello Comarcal de Vigo de abrir un expediente, retirar la militancia y expulsar del partido a Pedro Gómez-Valadés, responsable del área de Cultura y Lengua de la ejecutiva nacionalista en la comarca viguesa. La causa no es otra que ejercer su libertad de expresión mediante la presidencia de la Asociación Galega de Amizade con Israel (AGAI). En palabras de Manuela Rodríguez, responsable comarcal del BNG de Vigo, que recojo y traduzco del diario La Opinión de A Coruña, el gobierno de Israel apuesta por prácticas imperialistas, y declarar lo contrario es incompatible con los principios nacionalistas. ¿Principios nacionalistas?, ¿prácticas imperialistas? Deduzco de tal afirmación que para la señora Rodríguez el nazismo alemán no era en absoluto nacionalista, dada su política imperialista en Europa, Asia y África; ni para los leoneses y asturianos lo será el BNG, dada su clara defensa de la galleguidad del Bierzo y de la zona del Navia-Eo, lo que es visto como una clara intromisión imperialista para muchos de los oriundos de esos antiguos reinos. ¿O no tiene el irredentismo, siglos después, maneras de imperialismo?
Lo que hemos de apreciar es qué ocurre cuando un partido de izquierdas, el BNG (y no estoy criticando a la izquierda, sino haciendo ver que la conjunción izquierda/nacionalismo reivindicativo es falaz; las diferencias de este grado ya llegarán una vez obtenida la independencia) le ve las orejas al lobo del nacionalismo. Porque la verdad es que no hay país en el mundo, y menos aún en Europa, que haya obtenido la independencia haciendo valer derechos milenarios. ¿Podemos defenderlos para los sioux, los vascos, los zulúes –incluso para los afroamericanos– y no para los judíos? Porque, no lo olvidemos, nunca dejaron de vivir judíos en el actual Estado de Israel.
No obstante, el BNG no ha querido ver el modelo que deberían ser los nacionalistas israelíes (e incluso para algunos podrían serlo incluso los radicales israelíes, en su lucha contra el poder colonial británico) para los nacionalistas de Europa en cuanto a exaltación del pasado, a resurrección de su lengua, a orgullo de nación, a la intención de liderar una potencia y no sólo subsistir, a crear un Estado laico al modelo occidental (pues los israelíes son europeos en su mayoría), a ser una referencia de unidad y de resoluciones, a experimentar un socialismo que entusiasmaba, a la felicidad de volver a su patria, a la necesidad de vivir en paz para siempre, lejos de tantos peligros, persecuciones y matanzas... Los independentistas europeos de Gales, de Sicilia, de Córcega, de Galicia o de Valencia, en esto, habrían de tener como modelo a Israel, no a países árabes (donde tan diluido está el nacionalismo, si existe) o a los Estados africanos nacidos de aquella oleada de abandono y expolio que supuso su acceso a la independencia política. Y, sobre todo, deberían ver también qué es un país normal y de alto nivel. Que lean, por favor, a Etgar Keret, visionen a Amos Gitai, y escuchen a Aviv Geffen. Un nacionalista busca referentes. Israel proporciona un número infinito.
Sin embargo, el BNG no es nacionalista. Y no lo es porque se ha preguntado: ¿qué dice la izquierda del conflicto de Oriente Medio? Que Israel es asesino, genocida, bárbaro, colonialista, imperialista… Pues si el BNG es de izquierdas ha de pensar así, obviando preguntarse qué es el nacionalismo y quién es nacionalista. Por eso, deduce, si alguien en el partido defiende a esa entidad política no es de izquierdas y está en contra de nosotros: expulsión. Buen ejercicio soviético han demostrado: no al debate, sólo silencio.
Y aún les quedaba una última coronilla: que Pedro Gómez-Valadés pida perdón. ¿Perdón por defender la existencia de Israel y la convivencia pacífica de dos Estados, como se afana en repetir también en La Opinión de A Coruña? ¿Perdón por ejercer su libertad individual? ¿Perdón por hacer uso de los medios de expresión que le proporciona el Estado de derecho, la Constitución y la Declaración de los Derechos Humanos? ¿O no se da cuenta el BNG de que está vulnerándolos todos? ¿Quién decide quién es del BNG o no? ¿También expulsará a un amante de las corridas de toros? ¿A alguien que defienda la lengua asturiana y el derecho de su Academia de regir las lenguas del actual Principado? ¿Dónde acaba la caza de brujas cuando comienza?
Produce pavor ver con qué impunidad se pone coto a las libertades más íntimas de cada uno de nosotros. Y cómo un partido progresista (o al menos dice que lo es) las ataca con más saña. A fin de cuentas, ¿qué tendrá que ver Israel con el nacionalismo gallego? ¿Hasta qué grado se está envenenando a la sociedad con un nuevo antisemitismo de guante blanco?

jueves, 15 de febrero de 2007

Aborto: el no a la vida

En un programa televisivo de hace muchos años sobre naturaleza (ni sé cuál, ni el contexto, ni la nacionalidad, ni el motivo, sólo doy fe de mi recuerdo) la voz en off decía algo así como: pero la vida, a pesar de todo, se abre paso. Podía hablar de organismos unicelulares, de peces atrapados en el hielo o de una planta que nace entre dos baldosas de la terraza. La vida se abre paso, a pesar de las condiciones adversas en que haya de desarrollarse, casi en cualquier hábitat. E incluso cuando se pensaba desaparecida, vuelve a surgir tras su aletargamiento. El hombre y la mujer están lanzados a la vida, a reproducirla, a desdoblarse, a iniciar preliminares, juegos y arrobos (como todas las especies) que puedan dar (no digo “den”) libre curso a la prolongación de sus genes más allá de ellos. Incluso están obligados a gozar haciéndolo. Y eso es lo real, y la naturaleza, y el mundo, además de nuestra continuidad y la preservación de nuestra cultura y tradiciones.
Ante esta concepción del sexo y de la reproducción, ineluctable y, a lo mejor por eso, sagrada, no puedo dejar de contemplar el aborto como un atentado contra la vida, una afrenta al hecho de la existencia, un cuestionamiento de todo aquello por lo que, todos los que estamos, estamos aquí. El problema, por tanto, no radicaría en el hecho cuantitativo de que una mujer abortase –ya lo sería de por sí: para ella y, evidentemente, para el ser asesinado– sino en los condicionantes que la han llevado a abortar e incluso a tener relaciones sexuales sin saber qué estaba poniendo en funcionamiento al hacer uso de ellas, es decir, al ejercer su irresponsabilidad. Por ello mismo, el Estado y el pueblo no pueden consentir que una ineptitud adolescente o una ridícula pasión juvenil perviertan sus bases históricas y de proyección hacia el futuro. El aborto es poner fin a un embarazo. Legalizar el aborto es, por tanto, un modo muy sibilino de ilegalizar la concepción, de considerarla casi una violencia contra el cuerpo, aquello que ocurre por una desgracia (no pusimos los medios, íbamos muy calientes, se rompió el preservativo…) en vez de apreciarlo en cuanto consecuencia lógica de la cópula. Que se pueda abortar impunemente (ya nadie se cree el cuento de los tres supuestos) es abrir el camino a la insensibilidad y a la insensibilización. Y a las pruebas me remito. Se critica la existencia de ciertos videojuegos (cosa necesaria, dicho sea de paso) y, sin embargo, se permite y defiende el exterminio sistemático de decenas de miles de seres humanos porque no han llegado en buen momento…
Alguien debería enseñarles a los jóvenes que el sexo ni es una diversión ni la emulación de los personajes de una película, sino la puesta en juego de la energía más poderosa del universo, la que nos ha hecho estar aquí. Quien “juegue” debe saber a qué, pero también cómo y qué implica jugar. Ahora bien, no debe tener, encima, la desfachatez de cargar a su pueblo con las “opciones” que, como adultos o aprendices de adultos, hayan tomado. Esas “cargas” son el envejecimiento de la población, la desaparición de las generaciones del mañana, y la falta de deferencia hacia la cultura en la que se inscriben padres e hijos…
En última instancia, lo peor no es la existencia del aborto, sino el hecho de que se considera una solución más, una elección sin trascendencia, aceptada por la sociedad y pagada por el Estado. ¿Y en base a qué? Al puro egoísmo, a la incapacidad, a la incultura. Necesitamos hombres y mujeres más sabios, y a la vez más conscientes de cuál es su verdadero cometido. Sabiendo qué les corresponde hacer, y no hacer, en una Europa que tanto habrá de luchar por su supervivencia... como para ir matando a quien podría haber pronunciado nuestros nombres, o los nombres de nuestros antiguos, en la herencia milenaria de su sangre.

lunes, 12 de febrero de 2007

Sonrisas y lágrimas

Este artigo en lingua galega: Galiza Israel
El suplemento de cultura de otro mamut editorial, El País, publicaba el pasado sábado una reseña, a cargo de Juan José Tamayo, de cinco recientes libros de la Junta Islámica firmados por conversos españoles. En primer lugar, sorprende que un teólogo cristiano se ocupe de estas cuestiones, con la riqueza que ya hay dentro de las fes cristianas y la necesidad de difusión de algunas de ellas (bien liberales, por cierto, como el episcopalismo estadounidense (casi) ex anglicano); en segundo, llama la atención que uno de los suplementos culturales por excelencia dedique tan vasto espacio a una editorial que pocos anuncios le incluirá en sus páginas y cuyos temas no son, en principio, de alcance mayoritario. Sin embargo, lo más curioso de toda esta cuestión es la lengua utilizada por los autores para sus libros y por Tamayo para su multirreseña: el español.
Supongamos un escenario distinto. Pensemos en un conjunto de católicos –de seguidores del Papa, vaya, nada de minúsculas Iglesias– con una serie de ideas originales sobre el catolicismo. Imaginemos, mejor, un grupo de seis o siete personas (tal vez alguna más si contamos los hijos) que se dedican a escribir cosas como las siguientes: 1) La relación de Jesús con Juan muestra a las claras que el amor predilecto del Mesías era el que se establecía entre varones; 2) El milagro de convertir el agua en vino y, al final de sus días, el hecho de consagrarlo son indicativos de que todas las celebraciones religiosas han de acabar en borracheras; 3) El “dejad que los niños se acerquen a mí” era una clara muestra de que el amor no conoce edad y, en este sentido, Jesús sancionaba las prácticas griegas (lengua que, a todo esto, hablaba); 4) La negación de la familia implica que todo católico ha de volver la espalda a los suyos para construir una comunidad de amor distinta a la sanguínea… Podría seguir así hasta el delirio. Y nadie podría acusarlos de no estar leyendo correctamente el cristianismo, pues sería una interpretación más, personal y asociativa, y, como tal, interesada. Incluso se escudarían en que Jesús instituyó la figura del Papa para afirmar su catolicismo a ultranza (aunque éste habría de adecuarse, evidentemente, a lo que ellos, o su grupito, expresaran).
Supongamos ahora que tal corpúsculo católico existe y publican libros. El objetivo es influir en la sociedad para que la mayoría de quienes practican la fe católica adopten su visión y sigan lo que es la interpretación correcta del mensaje. Nos parecería normal, ¿no? O al menos nos lo parecería si se empleara el español, el inglés, el francés, el alemán… el asturiano, el galés… ¿Pero nos parecería lógico que tal mensaje liberador, que la interpretación verdaderamente correcta de los evangelios, tras arduas exégesis y juegos malabares lingüísticos, que los volúmenes donde están las bases de “otro catolicismo es posible” se publicaran en árabe, en persa o en urdu? ¿Qué fin veríamos en tal acción? ¿Respondería a alguna lógica expresable?
Ésa es la paradoja de esos libros y de esa reseña tan bonita. Si sus propulsores desean que el islam se convierta en lo que ellos practican y defienden (homosexualidad, naturismo, chamanismo, estados alterados de conciencia, no al uso obligatorio del hiyab, democracia, tolerancia religiosa, apertura de las mezquitas a los creyentes de cualquier religión, rechazo de la violencia…), el idioma más idóneo para decirlo no es el español (ni el inglés), sino alguna de las lenguas orientales que he citado. Es ahí donde habrán de incidir para transformar no una religión, sino toda una cultura y una forma de entender las relaciones humanas, sociales y políticas, tan radicalmente opuestas a las europeas.
Pero publicar en español no tiene mucho sentido, la verdad, a no ser que el fin no sea transformar las sociedades musulmanas, sino convencer a la europea de que el islam es de la manera maravillosa y falsa (a los hechos me remito) que ellos propugnan. Así no habrá ningún tipo de prevención ante los musulmanes de verdad, los que, aprovechándose de la propaganda, vengan a reclamar cualquier tipo de derechos contrarios a la identidad y a la idiosincrasia de Europa.
Reseñas como la de Tamayo (castellano, cristiano y teólogo) producen, además, tristeza, pues uno se da cuenta de hasta qué punto sigue habiendo candidatos a Efialtes entre nosotros.

viernes, 2 de febrero de 2007

A la impunidad por la literatura

Paso por una librería. Me paro ante la sección de novedades. Un volumen en tonos cursis y con una fotografía un tanto estridente me llama la atención. Distingo el anagrama de la editorial, "mr", y pienso si será de esoterismo, de autoayuda, de testimonios... Me acerco más. Lo alambicado de la grafía utilizada no permite leerla de modo claro. Lo cojo. La imagen no tiene mucho sentido hasta que paso mi vista por las tres palabras que constituyen el título: Putas es poco. Ah, muy bien. Quien no esté enterado lo tomará como una gracia estrafalaria. Quien sepa de aquel Todas putas, que causó cierto revuelo hace unos años, lo tomará como una provocación; esta vez no partiendo de una pequeña editorial, sino del poderoso grupo Planeta. Las mujeres, como colectivo, recibiendo un múltiple ensañamiento de nuevo. Pero, ¿qué más da si nadie va a protestar por ello?, ¿qué más da si las mujeres pueden ser objetivo del odio sin caer el hacedor en ilegalidad ninguna?, ¿qué más da si incluso las mujeres ven a quienes protestan como "radicales"?, ¿acaso no se alzaron como prímulas algunas intelectuales o escritoras, firmando un manifiesto por la libertad de expresión, cuando colectivos feministas protestaron por aquel libro que, escudándose en la ficción, atacaba a todo un género tan impunemente? Atacar a las mujeres es atacarnos a todos, pues es perder la noción del respeto y de qué valores deben mantenerse por encima de cualquier pacto, tolerancia o hueco legal. De éste se está aprovechando esa empresa y ese autor. Otros, por menos, durmieron noches en la cárcel.