martes, 20 de marzo de 2007

Fantasía polonesa

Aquest article en la seva versió original: Levante-EMV
Este artigo en lingua galega: Europa Europa
La ignorancia conduce a la barbarie. Alguien habría de explicárselo al gobierno polaco, a su presidente, a sus ministros, a sus asesores y a sus votantes. También debería comunicárselo al resto de gobiernos europeos, pues tal vez Polonia no merece seguir dentro de la Unión Europea si sigue sus pasos en la persecución penal de la homosexualidad. Los motivos de tal afirmación son varios y objetivos (el atentado contra los derechos humanos y la igualdad esencial de las personas, la política de apartheid sexual que inicia, la posibilidad de una escalada de la violencia contra miembros del colectivo GLBT, la legalización de la discriminación…), además de intolerables para una sociedad democrática. No obstante, aparte de la perplejidad que produce, y la movilización a la que llama, no puedo desligar de ver ese proyecto de ley, cuyo objetivo es perseguir a quien defienda o trate de la homosexualidad en las instituciones académicas del país eslavo, como ejemplo patético de analfabetismo, de un ridículo absoluto.
Guste o no, la cultura europea más prístina (aunque sea en el sentido etimológico del adjetivo) se sustenta en la homosexualidad. Si bien el antropólogo asturiano Alberto Cardín demostró por nuestros lares, y en imprescindibles estudios, la extensión de comportamientos homo(eróticos/sexuales/fílicos) en todos los pueblos del globo, es en Europa donde adquirió un aura legendaria (aunque después se la tratase de esconder). El vínculo entre Aquiles y Patroclo es fundacional de nuestra cultura, al igual que El banquete de Platón o la fascinación de Sócrates por los muchachos. Alejandro Magno y Hefestión no jugaban al escondite entre las sábanas, sino que se amaban con la fuerza y la pasión de dos guerreros. Y de Leónidas y sus espartanos, la disciplina militar se regaba con la emulación de lo masculino, y con el sexo carne contra carne. Qué tiempos aquellos, tan lejanos, donde el ejército se fundamentaba en el vínculo amoroso entre los hombres; pero qué triste ahora que los polacos (y muchos no polacos) no puedan comprenderlo. Grecia nos dio el mito; Roma, más tarde, nos proporcionaría una fascinante bisexualidad: Catulo, Julio César, Propercio, Virgilio, Marcial, Tibulo… nombres básicos de nuestro paso por la historia, de nuestra cultura irrenunciable.
¿Tal vez sea éste el conocimiento sobre el cual quiere el gobierno polaco hacer callar a quien lo exponga? ¿Cómo será posible tratar de Grecia y de Roma sin referirse a la homosexualidad (tan normal, tan pura) inherente a las mismas? ¿Y con qué derecho silencia? ¿Con el del conservadurismo religioso? Si es así (cosa no del todo inverosímil cuando el último obispo de Roma fue polaco), demuestran además no tener ni pajorera idea de moral cristiana. Son ejemplos trillados, lo sé, pero que expliquen la relación entre el rey David y Jonatan, por quedarnos en el Antiguo Testamento, o que digan dónde condena Jeshúa ha-Mashíah las relaciones amorosas entre hombres (pero sin hablarme de Pablo, por favor, ese Joseph Smith de la Antigüedad autoproclamado apóstol). Si el cristianismo enseña el amor y la comprensión, estos gobernantes polacos resulta que tampoco son cristianos. ¿Qué son, entonces?
Un peligro. Cuando Jörg Haider consiguió formar parte del gobierno austriaco, la Unión Europea cerró filas y estuvo expectante ante posibles “desviaciones”. El caso ahora es semejante y no admite retrasos. Está en juego la credibilidad democrática de la UE, el respeto a la tradición europea (grecorromana o cristiana), y la libertad y los derechos esenciales de los seres humanos que conformamos Europa. No es poco.