jueves, 15 de marzo de 2007

El día que Soria ya no sea Soria

Garray es una pequeña localidad vecina a Numancia. Viajando desde la capital soriana hasta el cerro de la leyenda, uno ve los carteles indicadores, e incluso, aunque sea perdiéndose, llega a entrar en el pueblo. Una gasolinera próxima, en la carretera nacional, con sus luces en la noche, me hizo presagiar brillos más agudos en el valle: esa ciudad en cuya entraña, tantos escritores, han encontrado un latido de Castilla más insondable aún que la misma Castilla.
En algún otro texto, ya he hablado de mis vínculos sentimentales y familiares con diversas localidades de Soria (en particular, con la capital de la provincia y con la noble Almazán; allí vivieron muchos años mis abuelos y mi madre). Los publicó el escritor y amigo Antonio Ruiz Vega en su web Crímental, desaparecida al igual que tantas revistas y colecciones de libros donde se dejaba constancia de un mundo (curanderos y ensalmos, relatos populares, vínculos primigenios, religiosidad arcana…) en vía de extinción, o de cuya memoria pocos, más bien pocos, guardarán recuerdo en breve. Volúmenes y artículos imprescindibles, aquellos de los Cuadernos de Etnología Soriana, para recrear Soria; también para crearla.
Soria es un lugar a donde deseo ir, es decir, cada vez que se plantea un viaje a sus tierras, esa ida la vivo con anhelo: por el recorrido, cruzando Aragón, yendo a las raíces de mi carne; por la gente con la que suelo estar en el alto llano numantino (el mismo Antonio, Isidro-Juan, Javier, Fernando…); y por volver a experimentar el silencio de Soria, uno de los lugares donde Europa sigue siendo Europa, y aún se escucha, junto al ladrido nocturno de los perros, cómo galopan los jinetes del ensueño y el fuego crepita en la noche mística de las piedras. Será un tópico hablar de la morosidad que impone el frío, o del sosiego en el que te sumerges mientras escribes un poema, cruje la madera y los árboles tienen nombre. Será un tópico… pero las cosas en Soria tienen la hechura de lo verdadero, el ademán de lo perdurable. O de tal modo las siento, cruzando una calle o mirando al cielo desde una madrugada en vela.
Toda Soria es un abismo de Castilla, es decir, el punto de fuga donde convergen las líneas más pretéritas de su pasado, el territorio donde la historia castellana se convierte en mito allende los siglos. Al igual que Burgos, aflora de ella la ruina. Pero a diferencia de los lugares que nos retrotraen al medievo, Soria nos aboca a nuestra gota de sangre más antigua. Soria es el primer vagido de Hispania, el centro metafísico de una patria celtíbera, las cuevas que dejan manar el murmullo de las diosas...
Por eso el día que junto al espacio sagrado de Numancia te encuentres remedos de edificios urbanitas, que donde antes anidaban las cigüeñas aparquen los vehículos y las motos, que la hierba sea arrancada y los insectos ya no existan, que los árboles nacidos libres sean confinados al reducto de las vallas, que la mentira artificial se anteponga a la verdad purísima, que los chopos del Duero sean la postal de un anuncio televisivo… el día que Soria ya no sea Soria, quizá nosotros tampoco seamos ya nosotros: ni los sorianos, ni quienes tantas veces nos sentimos sorianos, y estos días más que nunca. El atentado natural que desea perpetrarse en Garray, esa patria contigua a lo legendario, es la noticia que perturba las tierras que custodian el espíritu.
Los cambios pueden ser imperceptibles y no darte cuenta. La sorpresa se produce cuando la destrucción de un paraje natural se anuncia, se festeja y encima se proclama con el cinismo de nombrarla con el antónimo de cuanto significa. La “Ciudad del Medio Ambiente de Soria” es, así, una aberración. Mejor dicho, una abominación de políticos irracionales y de arquitectos sin escrúpulos, cuya vanidad sobrepasa su conciencia. No persiguen otro objetivo que el material, el más ruin, y desean acabar con la naturaleza al creerse dueños de la tierra, amos de los días que podrían aquí vivirse.
Ecocidio es una palabra harto molesta, pero es oportunísima. Ecocidio es el ansia incomprensible de construir cualquier cosa en no importa qué lugar. Como si hicieran alguna falta nuevos pisos, casas de fin de semana, la creación de puestos de trabajo cuando el paro es el mismo y no hay nadie que trabaje. Ecocidas son quienes mienten para extraer un provecho del ladrillo, aunque sólo sea el de la pompa. Ecocidas aquellos que los secundan. Y ecocidas quienes no proclaman la ignominia.
Hasta ahora quedaban espacios, si no sagrados, sacralizados. En el momento en que éstos se violan con impunidad y regocijo, penetrando hasta el tuétano de nuestra esencia, hemos de comenzar a pensar en el final. Al menos en dar testimonio del ocaso de nuestra civilización, en ser los últimos que den un grito, porque el día que Soria ya no sea Soria, Europa estará muriendo.